
El terremoto de Japón tenía en la isla su epicentro, pero nos ha sacudido a todos. Tengo un especial cariño por este país, que he visitado en tres ocasiones, y en el que he tenido vivencias muy especiales. Escucho las noticias, veo las imágenes, y me estremezco pensando en el dolor y la desesperación de millones de personas, que, como en tantos otros desastres naturales, están enfrentadas al mazazo de la tragedia y a su impotencia. Pienso en mi amiga Hisae, que vive en Kobe, y a la que conocí hace muchos años aprendiendo a bailar flamenco, en Sevilla; pienso en mi amiga Shoko, que estudiaba en Viena para ser cantante de ópera, durante la época en que viví en esa ciudad; pienso en Harumi, que vive en Tokyo, y con quien compartí casa aquel verano en que estudié inglés en Oxford; pienso en Chie, que vive en la lejanía de Sevilla, junto a su bebé, la angustia por la situación de su familia; pienso en Makiko, que enjuga sus lágrimas bajo la tinta con la que enseña caligrafía japonesa en Barcelona...
Pienso en todas ellas. Y en todas las Hisaes, Shokos y Harumis, en sus familias y amigos, y me solidarizo con su dolor.