La gran plaza de Europa.
Hace años que vuelvo a Bruselas.
El encuentro es siempre ambivalente. Por una parte disfruto de volver a pasear por sus calles, por sus parques, de poder disfrutar de un café au lait y un pain au chocolat; de escuchar el ágora de las conversaciones en el quartier communautaire; de escaparme, si el tiempo lo permite, a la Morte subite, a Sainte Catherine, o al Sablon...
Por otro lado me abruma, en todas las ocasiones, y de manera instantánea y fugaz, el peso de sus prisas, de su cielo gris, de sus vanidades, de sus ausencias. De sus destierros.
En cualquier caso, el balance de las emociones es finalmente positivo. Ya lo dijo el escritor Bryce Echenique, "mis ciudades favoritas tienen el nombre de mis amigos".