Desde hace mucho tiempo, Europa ha ido probando diferentes fórmulas para la construcción de una Unión sólida entre sus estados y sus ciudadanos. Ni el inicial Mercado Común del carbón y el acero, ni la posterior Política Agraria Común, ni la más reciente Unión monetaria, acabaron de propiciar ese resultado. El instrumento que más nos ha aproximado a la existencia de un sentimiento de Unión Europea, sin embargo, ha sido otro bien distinto, y mucho más modesto: un programa de intercambio de estudiantes que ha conseguido convertirse, a lo largo de los años, en una auténtica "fábrica de europeos". Los estudiantes que disfrutamos de las becas Erasmus, volvíamos a nuestro país, después de una estancia en otra universidad europea, no sólo sabiendo otro idioma; habiendo aprendido infinidad de cosas nuevas; y con la inmensa riqueza de haber incorporado amigos de muchos países a nuestra historia personal; sino, lo que es más importante, habiéndonos convertido en personas más abiertas y tolerantes.
Ahora, leo con consternación en la prensa que "la Comisión Europea se queda sin fondos para pagar las becas Erasmus".
Verdaderamente, hemos perdido el Norte...
Ladytacones pasea por las calles de la ciudad ajena. Lleva en su bolso un libro, un cuaderno y lápices de colores...
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