La Basílica Gallery presentó hace unos días, en el marco de JOYA Barcelona, una exposición que rememoraba, desde el punto de vista de la joyería contemporánea, unos trágicos hechos ocurridos en un pequeño pueblo de Polonia en una noche de julio de 1941, cuando sus habitantes quemaron vivos a todos sus vecinos judíos.
El visitante accede al espacio expositivo, una pequeñísima sala revestida de tela negra y donde reina la oscuridad, con un candil, también negro; y es su mano quien, con la vela que porta, va iluminando las piezas expuestas en cada una de las vitrinas, en las cuales se representa la visión personal de cada uno de los artistas invitados -todos ellos polacos- sobre aquella siniestra matanza.
La negrura del espacio, la luz tenue de la vela, los graves textos que acompañan el recorrido, y una música inquietante, introducen al visitante, de manera inmediata, en el desgarro, en la maldad, en la sinrazón de la barbarie. Y, sin embargo, con cada persona que entra, con cada vela que se ilumina, renace, de algún modo, la esperanza en que, pese a todo, venza la bondad en el ser humano.
La negrura del espacio, la luz tenue de la vela, los graves textos que acompañan el recorrido, y una música inquietante, introducen al visitante, de manera inmediata, en el desgarro, en la maldad, en la sinrazón de la barbarie. Y, sin embargo, con cada persona que entra, con cada vela que se ilumina, renace, de algún modo, la esperanza en que, pese a todo, venza la bondad en el ser humano.