Hace dos días tuve ocasión de asistir a la Conferencia Internacional Hábitat III, convocada por Naciones Unidas, para promover un debate mundial sobre la necesidad de replantear nuestras ciudades en unos momentos en los cuales la humanidad se enfrenta a una urbanización acelerada, y, al parecer, imparable.
En una mesa redonda en la que expertos de todo el mundo compartieron puntos de vista sobre espacio público y movilidad, todos parecían estar de acuerdo.
París habló de que el reto es dejar de dar la prioridad al automóvil; Hamburgo de la necesidad de rediseñar las calles y ganar espacio para la bicicleta y para el paseante; Malawi presentó proyectos novedosos de espacios públicos abiertos; y Barcelona reivindicó la creación de supermanzanas, como nuevas células urbanas, que permitirían que seamos en mayor medida las personas quienes ocupemos el espacio público y dejemos de ser peatones para convertirnos en ciudadanos.
