El pasado domingo, dentro de su programa "Calles abiertas", Barcelona cerró al tráfico una de sus arterias principales, la Calle Aragón. Lo que a diario es una autopista urbana de seis carriles, en la que campan a sus anchas el tráfico y el ruido, se convirtió en un enorme y deslumbrante boulevard por el que pasaban personas de todas las edades; y circulaban familias en patines, en bici, en patinete, Un grupo de animadores tocaba música en algún cruce; en otros había mesas de madera con bancos para que la gente se sentara a descansar, a tomar un picnic, a jugar a las cartas... Cerca del Paseo de Gracia, también cortado al tráfico ese día, un piano de cola en mitad de la calle invitaba a los pianistas espontáneos que así lo quisieran a tocar alguna pieza, para un público improvisado sentado, sonrisa en boca, en las butacas de tela que se habían colocado a su alrededor.
En otros tramos había juegos para niños, mesas de ping-pong, circuitos para los patinadores...
Un día festivo, un día para celebrar una nueva conquista hacia una ciudad que nos permita pasar de peatones a ciudadanos.
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