Cuatro semanas de confinamiento se cumplen en nuestro país. Una gran cantidad de personas y de organizaciones se han visto obligadas, a las bravas, a entrar en el teletrabajo, sí o sí. Tras la confusión y el caos que experimentaron, en los primeros días, todos aquéllos que no estaban acostumbrados a trabajar virtualmente, todos los sectores que han podido se han acostumbrado a celebrar reuniones por videoconferencia y hemos normalizado ya que se escuche de fondo el llanto de un niño; el sonido de una batidora o de una lavadora; una pelea entre hermanos; un ruido de sillas. Los hijos interrumpen a los padres para preguntarles algo; a los expertos que entrevistan en televisión se les cuela en el ángulo de visión de su salón un tendedero y los hace más humanos y creíbles.
Y así, de repente, como por arte de magia, todo lo que no consiguieron años de lucha por la conciliación y por jornadas laborales más compatibles con la vida familiar, lo ha conseguido a las bravas esta pandemia infame que nos ha recluido a todos en casa y que está causando tanto dolor; pero que, a su vez, nos regala la oportunidad de mirar nuestro estilo de vida bajo una nueva luz.
Conciliación, igualdad de género, motivación, atracción del talento, digitalización , flexibilización, trabajo por objetivos y no por horarios. There we are.