Había una vez un apartamento pequeñito, pero acogedor, cuyo salón estaba presidido por un enorme mapa-mundi, recuperado de un contenedor. El mapa, con mares de un intenso azul turquesa, tenía un agujero a la altura de Canadá, que estaba tapado con una bonita flor.
Ese piso estaba en Viena, y yo vivía allí.
Desde entonces, cada vez que veo un mapa-mundi pulcro y completo, no puedo evitar encontrarlo triste, apagado, invernal. Incompleto...