Es extrañamente reconfortante y hermoso sentir el vacío que deja un libro, al acabar su lectura. Porque significa que el lector se ha sumergido gozosamente y con plenitud en las historias propuestas. Por eso, en las últimas semanas, de algún modo, he estado viviendo en el lujoso Hotel Metropol, de Moscú, acompañando al conde Alexandr Ilich Rostov, en su arresto domiciliario perpetuo dictaminado en su contra por el comité revolucionario soviético en las primeras décadas del siglo XX. La novela "Un caballero en Moscú" discurre con elegancia, humor, fina ironía y exquisita sofisticación, entre las paredes de dicho hotel, en un confinamiento que, sin embargo, el savoir-faire del aristócrata convierte, también, en una experiencia estética, vital y llena, a partes iguales, de dignidad e ingenio.
Un gran descubrimiento.
Qué bello es leer.