Descubrir siempre rincones nuevos, escuchando tus pasos sobre el suelo empedrado, y junto a edificios de decadentes siena, ocres o grises. Atravesar pequeños puentes y sorprender alguna góndola deslizándose sobre las aguas.
Visitar la casa museo de Peggy Gugenheim, en el Palazzo Vernier dei Leoni, e imaginar la vida de la icónica mecenas, rodeada de obras de sus adorados Pollock, Ernst, Calder o Magritte, ante las vistas de las majestuosas aguas del Gran Canal...
Tomar un café y un brioche en Tonolo, y recordar el sabor de los baci peruggina que acompañaban tu capuccino, en los tiempos en los que estudiaste en Italia.
Disfrutar de una comida casalinga en casa de un amigo veneciano, mientras él y sus amigos te cuentan la triste disminución de habitantes en la ciudad, ante un turismo que excedió, hace ya mucho tiempo, las cifras que la ciudad se puede permitir.
Venecia.
La ciudad flotante.
La belleza sublime.
Una escapada fuera de temporada, fuera del tiempo, fuera de ruta...