He de reconocer que el libro me sobrepasó en numerosas ocasiones por el nivel de detalle y de conocimiento sobre la música clásica sobre el que se basaban los diálogos entre ambos maestros; pero he de confesar también que me ganó cuando aparecieron algunas de esas perlas que a veces te regala la literatura y te reconcilia con el mundo. En un momento determinado, Ozawa habla sobre las indicaciones que los compositores dejan a los músicos en sus partituras: " En el caso de Berlioz, él deja mucha libertad a los músicos. Comparado con eso, en Mahler apenas existe ese margen, pero en los finales, en momentos delicados o sutiles, es cierto que aparece esa universalidad que abre un margen (...). Un japonés o un oriental, por ejemplo, tienen su propio sentido de la tristeza. Esa tristeza es distinta a la de los judíos y los europeos. Cuando uno comprende a fondo ese tipo de sentimientos, cuando uno toma sus propias decisiones consciente de ello, me parece que está listo para abrir un camino con naturalidad".
Más adelante, al hablar de sus cursos y clases magistrales, comenta: "De vez en cuando aparece algún alumno virtuoso de su instrumento, capaz de lograr un sonido natural, bello. Sin embargo, no suelen ser capaces de entender aún el verdadero sentido de lo que es la música. Tienen talento, pero no profundidad. Solo piensan en sí mismos".
Siempre hay tanto que aprender en los libros...