Revisando iniciativas de renaturalización de ciudades (que se están multiplicando en estos momentos a nivel mundial) para un proyecto en el que estoy trabajando, recordé la visita que hice, hace algún tiempo, al "hort al terrat", el huerto en la azotea, una iniciativa del ayuntamiento de Barcelona que ha promovido la instalación de varios huertos urbanos en las azoteas en desuso de edificios municipales. Además de sus innegables beneficios ambientales y para la protección de la biodiversidad y la salud y el bienestar de los ciudadanos, el valor añadido del proyecto es su compromiso con la inclusión social, ya que incorpora a personas con discapacidad, fomentando su autonomía al formarlos en horticultura y darles una oportunidad de trabajo activa; y distribuye los productos obtenidos a comedores sociales. No es de extrañar que el proyecto ganara el año pasado el European Public Sector Award.
Recuerdo que en aquella visita, una vez los técnicos nos explicaron el proyecto y sus características en una sala del edificio en cuestión, subimos al "tejado", y allí nos esperaba un grupo de chicos y chicas del colectivo de personas con discapacidad que trabajaba en ese huerto, junto a su monitor, una persona de un carisma excepcional. Con qué cariño y orgullo nos explicaban lo que habían plantado, lo que encontraban más difícil, lo que más les gustaba, cómo iba la pequeña cosecha. Y uno de ellos me decía que, cuando llovía, era un mal día, porque no podía acudir a cuidar el huerto...
En el futuro la ciudad plantea ampliar esta iniciativa a otros colectivos de la ciudad (niños, jóvenes, personas mayores, etc.). Y no es un ejemplo aislado. Son muchas las ciudades que están trabajando en la creación y fomento de cubiertas verdes en nuestros edificios, no sólo para extender una nueva alfombra verde en altura en nuestras ciudades, tan necesitadas de incorporar soluciones basadas en la naturaleza; sino también para avanzar en justicia social y en la creación de un espíritu de "comunidad" que, sueño, pueda rescatarnos a todos...